Una tarde de verano, una india llamada Merceditas iba
montada en su yegua llamada Maica buscando una flecha que se le había perdido.
Después de mucho andar, se topó con una montaña. “A lo mejor la flecha pasó
para el otro lado”, pensó la niña y casi sin dudarlo subió a todo galope hasta
lo más alto. Desde la sima nada supo de su flecha, pero sí vio un arroyo que se
perdía en el horizonte. “Quizás la flecha se fue flotando”, volvió a pensar
esta vez la niña, “tendré que ver en dónde termina el agua” y bajándose de su
yegüita se puso a recorrer el arroyo saltando de piedra en piedra. Después de mucho andar el arroyo la llevó
hasta la entrada de una cueva. Merceditas no podía ver nada. Sólo escuchó el
agua que desaparecía en la oscuridad.
“¿Se habrá metido la flecha en la cueva?” le preguntó a Maica.
Su amiga le respondió golpeando fuerte el agua con una de
sus patas y empujó a la niña con el hocico instándola a que continuara el
camino. De a poco y con mucho cuidado,
la india y Maica fueron avanzando a ciegas dejándose llevar por el sonido del
arroyo. A lo lejos, Merceditas comenzó a ver un puntito de luz que cada vez fue
tomando más fuerza hasta iluminar todo su entorno. Había llegado al final del
recorrido. La niña se trepó a una gran roca para ver que había allí. No podía creer lo que tenía frente a sus
ojos: el agua caía en una pequeña cascada formando un gran lago verde. En el
medio del lago había una isla sobre la cual descansaba un dragón dorado. Su
cola era muy larga y estaba llena de escamas filosas como cuchillos. Merceditas
alcanzó a ver junto a la cola del dragón su flecha perdida…
“Será mejor que esperemos a que se duerma” le dijo la niña a
Maica, “No nos gustaría ver molesto a semejante monstruo”. Merceditas y su yegua
se colocaron al resguardo de un árbol junto a la roca y esperaron allí. El
tiempo pasaba, pero el dragón no se dormía ni se movía. Sus ojos abiertos lo
miraban todo. Maica le propuso con gestos de su rostro una idea a la pequeña
india: la yegua se dejaría ver y llamaría la atención del dragón. Cuando éste
la persiguiera, Merceditas tendría el campo libre para atravesar el lago y
llegar a rescatar su flecha. A la niña le pareció una idea muy arriesgada, pero
aceptó.
Maica salió al trote detrás del árbol y comenzó a relinchar.
Al instante los ojos del reptil se posaron sobre la yegua y sin dudarlo el
dragón desplegó sus enormes alas para atacar a Maica. Al levanta vuelo,
Merceditas se deslizó hasta la orilla del lago, pero sin querer se tropezó con
una roca y cayó estrepitosamente al agua. Esto hizo que el dragón desviara su
rumbo: ahora su presa no era la yegua sino Merceditas. Con un gran rugido el
reptil alado tomó aire con todas sus fuerzas. La niña supo lo que el dragón
estaba por hacer, así que se zambulló lo más rápido posible. Aguantando la
respiración debajo del agua, vio la sombra del dragón despidiendo una gran
llamarada de su boca. El agua del lago comenzó a levantar temperatura.
Merceditas, desesperada nadó más y más profundo hasta casi agotar sus fuerzas.
Cuando creía que ya todo estaba perdido, algo apareció de la nada y enroscando
uno de sus brazos la arrastró más profundo aún. La niña, ya sin casi sin aire,
se dejó llevar hasta perder el conocimiento.
Merceditas despertó recostada sobre la arena a la orilla.
Estaba rodeada de corales de todos colores y pequeños copos de nieve
revoloteaban por el espacio. Del agua asomaba la cabeza un gran caballito de
mar que la miraba con mucho cariño. La niña se incorporó sobresaltada
recordando al dragón. El hipocampo movió con sus aletas el agua mojando el
rostro de Merceditas. Esto hizo que se calmara. Con medio cuerpo afuera el
caballito de mar le dijo:
- Tranquila,
soy Juan y te voy a ayudar a rescatar tu flecha perdida.
- ¿Y cómo vas
a hacer eso? – le preguntó Merceditas algo desconfiada mientras se sacaba la
arena del pelo.
- Tengo una
voz mágica que puede tranquilizar al dragón. Subite a mi lomo que te llevaré a
la isla.
La niña, como buena india, se montó sin problemas al lomo
del caballo de mar. Le resultó algo resbaladizo, pero lo logró.
- Ahora
respirá profundo que nos vamos a sumergir – le gritó Juan.
Apenas Merceditas tomó una bocanada de aire, el caballito de
mar se zambulló en el lago. Cada tanto, salía a la superficie para que la niña renovara
el aire. En pocos minutos fueron andando más despacio hasta llegar a las
cercanías de la isla. Para no despertar la atención del dragón que descansaba
nuevamente cerca de la flecha perdida, Juan nadó muy lentamente. Mercedes pudo
ver que Maica se encontraba fuera de peligro, temblorosa, protegida por el
árbol que habían dejado antes.
El caballito de mar, con mucha valentía, se enfrentó al
dragón.
- Hola amigo
– le dijo sin miedo. - El dragón levantó furioso la cabeza y le clavó la
mirada. – Vengo con una nueva amiga – siguió diciendo Juan con voz alegre –
Ella se llama Mercedes. Mercedes, te presento a Pablo, un viejo amigo.
La niña levantó tímida la mano como saludo apretando
fuertemente el cuello del hipocampo.
- Y a mí que
me importa quién es ella – rugió el dragón Pablo.
- Yo creo que
si te tiene que importar. Tengo algo para proponerte.
- Te escucho
– dijo el dragón sin parpadear.
- Resulta que
esta niña perdió su flecha y es justamente la que tenés junto a tu cola. Ella
está muy interesada en recuperarla.
- Imposible –
rugió con furia el dragón levantando su enorme cabeza de reptil – esa flecha la
encontré yo y es mía – una de sus enormes garras se dejó caer sobre la pequeña
flecha. – Y no se habla más del asunto.
- Escuchá,
escuchá. – replicó Juan con paciencia – Sé que tenés muchos problemas para
dormir. Siempre estás recostado, pero sin pegar un ojo. Tengo una propuesta: si
le das su flecha a Merceditas, yo puedo hacer que con mi canto mágico duermas
plácidamente durante horas.
El dragón Pablo se quedó pensando hasta que dijo:
- Sí, es
verdad. Hace siglos que no duermo. No me vendría mal una siesta. Puede haber un
trato, pero con una condición.
- ¿Cuál es
esa condición? – preguntó Merceditas.
- Que me
vengas a visitar una vez al año. Además de no poder dormir, estoy muy solo
encerrado en esta cueva. Algo de compañía no me vendría mal.
- Trato hecho
– se apuró a decir Juan sin dejar que sea Merceditas que respondiera. – La
siesta y la compañía serán tuyas y la flecha volverá a manos de la niña.
- Tapate los
oídos – le susurró Juan a su amiga. Merceditas se cubrió las orejas con ambas
manos.
El caballito de mar comenzó a cantar la melodía más dulce
que jamás se haya escuchado nunca. De a poco el dragón fue entrecerrando sus
ojos hasta que su cabeza se desplomó sobre el suelo. Sus ronquidos retumbaron
en toda la cueva. Merceditas, muy despacio, rescató su flecha perdida y
rápidamente se montó sobre Maica.
A lo lejos se escuchó una voz que decía:
- Lucas!!! A
comeeeeeeeeeeeer.
Lucas se despertó de un sobresalto con la llamada de su
abuela. Se había quedado dormido viendo el campo a través de la ventana de su
habitación. Allí seguía su madre Mercedes, dándole de comer a su yegua Maica
junto a los dos petisos, Juan y Pablo, que pastaban tranquilamente bajo el sol
del mediodía.
Fin
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